miércoles, 27 de abril de 2011

Una playa al carbón

Nos pareció muy interesante este articulo que a continuación leerán, y nos trae a remembrar el famoso Poema "Cuando los nazis vinieron...", que también es conocido como " y por mi vinieron", que trata acerca de las consecuencias de no resistir las tiranías en los primeros intentos de su establecimiento, escrito por Martín Niemöller, es exactamente lo que vive el pueblo samario hoy en día a consecuencia del carbón, ojala no sea tarde cuando se quiera despertar por el daño ecológico al medio ambiente y turístico por el transporte del mineral, no hay regalía que cure esta fatalidad.

Una playa al carbón


El aviso es claro: cuidado con el tren. Entonces, hay que detener el auto y acercarse muy despacito a la carrilera. Uno rogaría por tener en la defensa una cámara inteligente que mirara para lado y lado para sortear ese obstáculo tan azaroso con menos peligro, pero qué va. A veces la vegetación cercana es tan tupida que es necesario bajarse a mirar y luego correr a meter primera para pasar rapidito. Uff. No me parece raro que no haya una barda que se baje, ni un timbre que repique, ni un semáforo en rojo. Porque esas son cosas que usan los Desarrollados por allá lejos. Nosotros no necesitamos de eso para pasar porque somos de profesión peligro y de apellido idiotas.
Como no me parece raro que a las autoridades no las preocupe en lo más mínimo el daño ambiental que causa esa operación carbonera en la (lo decíamos antes todos orgullosos) bahía más linda de América. Porque esas también son preocupaciones de gente desarrollada y nosotros practicamos a pie juntillas el lema: todo por la plata. Lo que haya que hacer, pero que esos pesitos del carbón no se nos vayan por ponernos cismáticos. De pronto se molestan esas empresas de países desarrollados si les exigimos esas cosas tan básicas. Y no me parece raro que quieran impulsar el turismo en Santa Marta con hermosos videos y volantes que no muestran por ninguna parte la arena gris y el mar ennegrecido, porque nos gusta ensalzar la buena imagen de Colombia y porque somos matreros, hábiles en la trampa y la mentira.
Hace poco El Informador, el más antiguo periódico samario, publicó que el polvillo del carbón ya llega hasta Playa Blanca. ¡Uao! Cuando hace unos años los turistas de Playa Blanca miraban a lo lejos la operación carbonera como un elemento más del ensoñador paisaje, ignorantes de lo peligroso y nefasto que podría ser ese inofensivo cuadro con los años. Parecen imágenes de la revolución industrial por allá en los albores del siglo XIX, cuando a nadie lo preocupaban el cambio climático, ni los recursos naturales, ni la protección del medio ambiente: esas fábricas que botan el desperdicio a los ríos como si nada y todos de picnic en el campo y tan campantes. Pero han pasado 200 años de aquello y no creo que haya una empresa del mundo desarrollado que pueda hacer una cosa parecida a la operación carbonera en Santa Marta sin tener que sufrir consecuencias terribles: multas, cierres, prohibiciones.
Los primeros en quejarse fueron los pescadores, pero eran solo pescadores y nadie les prestó atención. Pero luego fueron los hoteles, los propietarios de apartamentos en esa playa, los restaurantes. Toda la gente del sector ha puesto el grito en el cielo, pero nada. La operación continúa día y noche. No para.
Los daños ya se ven a simple vista. Si usted se baña en esas playas del sector Bello Horizonte sale con punticos negros en su cuerpo, diminutos. Y si pasa su mano por la arena le quedará la palma turbia. Y si vive cerca y deja las ventanas abiertas, tendrá que acostumbrarse al hollín por todas partes.
En Internet se cuentan por cientos las páginas en donde la gente protesta. La gente, digo, para nombrar a ese pocotón de colombianos indefensos. Nadie los tiene en cuenta. Tienen voz, pero no tienen voto, no influyen, porque son, como usted y como yo, una tropa de subdesarrollados que tratan de detener el progreso de empresas desarrolladas. Porque, como van las cosas, esa operación carbonera no genera ningún progreso en la región. Solo malestar ciudadano, un desastre ecológico, pérdidas por el turismo que se va y problemas de salud pública. Nada más.
-Nos tienen jodidos los trenes -me dijo alguien que jamás ha montado en un tren.
Pero tampoco eso me parece raro. Los raros, en últimas, somos nosotros, preocupados por una bahía, dizque la más linda de América. ¿Qué vamos a hacer con nosotros?

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